31/7/07

Casi Muerta de Sed


Estoy caminando en círculos, desde que me abandonaste en este arenal que es la vida sin ti. No hay oasis de tu voz en el teléfono, me hundo en tormentas de arena que buscan limar mi rostro de tu memoria hasta borrarme. Opongo resistencia haciéndome presente con actos humillantes y rastreros, de bajeza total y absoluta. Solo consigo conjurar más poderosa la sensación de estar sepultada viva, vagando sin rumbo por el desierto de tu olvido, vaciando lentamente la cantimplora de nuestros buenos recuerdos. A veces quisiera simplemente morir de sed, para poder resucitar en PAZ.
Micaela Del Alba

16/7/07

La Llave de Oriente II


La carretera se fue tragando las horas de trayecto, al alejarse de la costa se había empezado a multiplicar proporcionalmente la vegetación; después de comer algo habían tomado una bifurcación del camino y la ruta había empezado a empequeñecerse hasta terminar al lado de un río.
Heinz se bajó del auto y tomó algunas provisiones y su mochila
-Desde esta parte vamos caminando, solo tenemos que subir esa colina.
-OK –contesto ella.
Camila tomo sus cosas y levantó la vista; la “colina” le parecía más bien una montaña, estilo Mato Grosso, teñida entera de verde y turquesa. En ese minuto no pudo evitar recordar el aeropuerto y lamentar no haberse puesto las famosas vacunas, pero ya no había nada que hacer. Se calzó jeans y zapatillas y emprendieron la marcha.

Heinz había marcado un sendero en su viaje anterior, y aunque la rebelde maraña de verdor había tenido bastante éxito en su tarea de obstruirlo, avanzar les resultó bastante más simple que la primera vez que él emprendió su aventura. Durante este tramo a Camila le llamó la atención la naturalidad con la que Heinz se movía en la selva, su pelo colorín cayéndole en la cara y su traje color caqui le daban el aire de un desaliñado Indiana Jones; mientras ella tenía que esforzarse por no tropezar con las raíces y lianas, él se movía ágilmente sin el menor problema. Se consoló pensando que seguramente de haber pasado diez años en una jungla se movería por ella como la chita de Tarzán. Un ruido seco sonó a sus espaldas, Heinz miro a Camila y se llevo el dedo a la boca para indicarle que guardara silencio –a ella le encantaba ese gesto- ; los habían seguido, no cabía duda al respecto. Él la tomo de la mano y comenzaron a correr por la jungla, enredaderas les salían al paso, pero Heinz iba despejando el camino con una mano y con la otra sostenía a Camila que iba prácticamente volando detrás a todo lo que le daban sus piernas, las voces de sus perseguidores se aproximaban con velocidad. Repentinamente se detuvieron y él comenzó a palpar una muralla de enredaderas que forraban el acantilado, Camila se decidió a ayudarlo comenzando desde el otro extremo, la situación era insostenible, ella sintió a su mano pasar de la áspera y húmeda roca a la suavidad del mármol.
-¡Es aquí!-exclamó.
-Rápido, ya vienen.
-Camila encontró la cerradura, respiró profundo y tomó a Heinz de la mano; se quito la llave del cuello, la introdujo en la cerradura, donde calzaba perfectamente, cerro los ojos, respiró profundamente, y la hizo girar.
Lo que ocurrió en ese momento fue indescriptible, la puerta se liberó completamente de todo helecho, enredadera o rama que la cubriera, y comenzó a resplandecer en destellos verdes y azules; era una luminosidad latiente y rítmica. A Camila se le iluminaron doradas las venas desde la mano derecha, que había girado la llave, hasta la frente; donde una luz verde intensa dibujó un espiral, sus ojos seguian cerrados y apretaba la mano de Heinz con fuerza.

Paulatinamente la puerta comenzó a tragárselos en su resplandor, todo otro ruido, color o sensación se había suspendido. Una vez dentro de la puerta, ésta giró en si misma y quedaron los dos metidos en la montaña, con Sarasuati sonriéndoles de frente, Camila instintivamente sacó la llave de la cerradura y volvió a colgársela al cuello, no había terminado de hacer esto, cuando el suelo se abrió bajo ellos y comenzaron a caer por un tobogán circular de piedra pulida durante metros y metros, para finalmente salir a una luminosa boca.
Camila todavía tenia algunas de sus venas resplandecientes contrastando con su blanca piel cuando cayeron en el centro de una especie de plaza redonda, el suelo era de adoquines verdes y azules y las construcciones se alzaban circulares alrededor de este punto en un imponente mármol blanco; no eran muy altas, pero estaban delicadamente repujadas con dibujos ondulados y signos inteligibles para ellos ; una especie de templo con forma de domo coronaba la escena como la principal construcción, en medio de la plaza central. Observaron otros dos túneles espiral que convergían en el punto donde habían llegado, Heinz pensó que debía tratarse de las entradas de las otra dos puertas al Santuario.
En el portal del domo se agruparon unos seres muy particulares, sus venas resplandecían doradas, como las de Camila al momento de girar la llave, y sobre su piel mate resaltaban brillantes sus ojos alargados verdes y azules, al igual que el color de sus largos cabellos trenzados sobre la nuca con hilos tan dorados como sus venas. Vestían túnicas totalmente blancas, y las mujeres lucían sobre ellas un cinturón de tres vueltas hecho de las mismas cuentas de colores que el collar de Camila. No cabía ninguna duda, ellos eran los Inmortales, su porte elegante y etéreo dejó a los recién llegados sin habla.
Camila estuvo a punto de volver a recurrir a la Virgen del Consuelo, pero algo en su interior le dijo que esta vez sería inútil. Desde la puerta central del templo se les aproximó el más imponente de los inmortales, llevaba un báculo de mármol tallado que terminaba en la espiral del infinito y un delicado Torc dorado, donde se entrelazaban dibujos esmaltados verdes y azules. Se puso en frente de los recién llegados y se dirigió a ellos; de sus labios surgió una música parecida al sonido del arpa, pero mil veces más armónica y suave. Heinz y Camila comprendieron telepáticamente sus palabras.
-No los esperábamos aún, pero bienvenidos sean al Santuario de Sarasuati. Mis sirvientes los acompañarán hasta sus habitaciones para que se refresquen y cambien sus ropas, antes de cenar; están invitados a mi mesa. Yo soy Melquisedec, sumo sacerdote de este Templo.
Los compañeros de viaje estaban tan impactados que no atinaron a decir nada, se limitaron a seguir obedientes a los magníficos sirvientes que los condujeron a una construcción con forma de pequeña torre aledaña a la plaza. Una escalinata ascendente en espiral servía de pasillo, con una puerta idéntica en cada piso, primero fue invitado a quedarse en la penúltima puerta Heinz y en la habitación del piso más alto Camila, ella les dio las gracias, pero no estuvo segura de que entendieran sus palabras. Cada uno tenía en su habitación una tina circular perfectamente dispuesta para un delicioso baño con esencias de rosa, manzanilla, menta y un par más que les fue imposible identificar. Sobre el futón ovalado de sus alcobas estaba dispuesta una túnica como la de los inmortales, pero acorde su estatura bastante menor; en la pieza de Camila también había una delgada tiara dorada con pequeños y delicados dibujos esmaltados azul y verde y dos cinturones de cuentas.
Cuando Camila estuvo lista se entretuvo tratando de descifrar los dibujos repujados en mármol de su habitación, sabía que contaban una historia, podía palparlos y vibrar con ellos, pero no conseguía descifrar su significado; aún así, le resultaba impresionante que alguien se hubiese dado el trabajo de tallar tan delicadamente cuatro paredes enteras, mas bien el edificio completo, y probablemente toda la ciudad. Estaba claro que ese lugar debía tener por lo menos dos mil años, comenzó a darle crédito a Heinz respecto a su idea del paraíso en la tierra. Se le ocurrió ir a buscarlo.
Al salir, tenía una especie de sirviente en la puerta, pero él pareció no inmutarse cuando bajo presurosa a tocar la campanilla del piso de abajo. Heinz abrió la puerta y apenas la miró, para dirigirse de nuevo al muro con libreta en mano; donde apuntaba compulsivamente desordenadas notas. La habitación donde él estaba era notablemente más pequeña, pero mucho más funcional, la tina era de menor radio y su futón no estaba en la mitad de la pieza si no contra la pared, en la cual además de los repujados había una enorme repisa atiborrada de libros encuadernados de todos los colores, formas y tamaños, También un escritorio plagado de manuscritos como de papel diamante color mármol viejo. Estaba claro que esa pieza era para un arqueólogo como una dulcería deliciosa para un niño gordo; pero de todas maneras ella no iba a dejar pasar así como así el hecho de que apenas notara su vaporoso nuevo atuendo. Se sentó de medio lado en la silla de un extremo de la pieza, cruzó las piernas por sobre la abertura de la túnica, apoyó su rostro estudiadamente sobre las manos entrelazadas bajo su mentón, y le pregunto:
-¿Sabes lo que significan esos dibujos?-luego de decirlo dejó sus labios ligeramente entreabiertos.
-No exactamente -él no apartaba la vista de su libreta- se supone que cuentan la historia de la creación del santuario, directamente de las manos de la Diosa Sarasuati, pero hay una parte al final…
Cuando vio a Camila se paró en seco, ¿Cómo pudo haber dejado pasar lo radiante que se veía? Era como si hubiese nacido para llevar ese atuendo, en ese minuto notó el parecido de sus ojos verdes con los ojos de los inmortales.
-¿Sabías que te vez muy bonita?-Le dijo apartándose de la muralla-
- Si, lo sabía –Camila le hizo un guiño mientras sonreía satisfecha-
En ese mismo segundo tocaron la campanilla de la puerta, un Senescal los esperaba en el umbral para acompañarlos al banquete de bienvenida. A los dos les resultaba difícil acostumbrarse a la extraña telepatía con la que se comunicaban con los inmortales, con el pasar de los días se transformaría en algo natural.
Cruzaron la plaza y al mirar al cielo descubrieron que estaban iluminados no por el gran astro solar, sino por cinco pequeñas estrellas de gran luminosidad suspendidas sobre el gran domo de un verde turquesa profundo. Al notar su inquietud, el Senescal les comunicó que se encontraban bajo lo más profundo del lago Nani.
Entraron en el Domo central, una especie de ascensor redondo ubicado en medio del hall de entrada llevó a Camila, Heinz , el Senescal y su pequeño séquito de sirvientes, hasta la entrada de un salón ubicado en el último nivel del edificio. Al cruzar el umbral se quedaron nuevamente sin aliento. En la cúpula de mármol estaba tallada una imagen de la diosa Sarasuati exactamente igual a la de la puerta en la selva, pero por lo menos cinco veces más grande; de su mano nacía una espiral que la rodeaba completamente y que cual serpiente verde azulada cubría con ondas de jeroglíficos esmaltados toda la superficie semicircular, hasta llegar al nivel de la escalinata de entrada; bajo esta, las paredes y el suelo eran de un inmaculado blanco, En el centro del lugar se disponía la mesa ovalada presidida por Melquisedec y repleta de deliciosos manjares cuyos aromas pastosos inundaban todo el magnífico salón. Antes de entrar, el heraldo, de pié en el primer peldaño los anunció:
-Hacen su entrada: el ilustre Arqueólogo, Doctor en culturas antiguas: Heinz Arthur Vondel Hooft, quien escolta a Camila Erlinda Del Valle Ortiz, quincuagésima séptima guardiana de la llave de la puerta oriente.
Ambos se quedaron petrificados al oír sus nombres completos acompañados de tanto título estrambótico. Todos los invitados se silenciaron y volvieron la vista hacia ellos, el séquito avanzo a sus espaldas y estuvieron a un pelo de rodar escaleras abajo; instintivamente volvieron a tomarse de la mano, y se infundieron mutuamente valor hasta situarse en los puestos de honor, dos mullidos cojínes dorados en el suelo, frente al sumo sacerdote. Ninguno de los dos sabía que decir, afortunadamente fue Melquisedec quien comenzó la charla amablemente.
-Bienvenidos nuevamente al Santuario de Sarasuati, parto poniéndome a vuestra entera disposición para dilucidar las muchas dudas que me imagino tienen.
Fue Camila quien sorprendió a todos con la siguiente frase:
-Por ahora mi duda fundamental es que sabores esconden esta multitud de desconocidos manjares, ¿Qué les parece si comemos antes de comenzar la plática? Realmente me muero de hambre.
Casi todos en la mesa sonrieron, el ambiente se alivianó de forma considerable y la pareja y los inmortales compartieron una inusual pero deliciosa cena, hablando sobre trivialidades como la aventura de los viajeros y la composición de los diferentes platos; los temas más profundos quedaron relegados a la sobremesa.

15/7/07

Ich weiss es nicht mehr...


Azul me inunda este sentimiento,

esta certera corazonada.

¿Te llamo a gritos cuando te siento;

o solo presiento tu llegada?

Estoy segura, son causa y efecto

¿Cual es el orden? No importa nada...

porque siempre llegamos a tiempo,

a nuestra cita no concertada




Micaela Del Alba

3/7/07

Tierra bajo la Alfombra



Las bolsas de basura eran tantas que no dejaban pasar a las personas; deseosas de desenvolver envoltorios inútiles, de desechar pañales desechables, de comer cajitas infelices, de esconder con la escoba tierra bajo la alfombra… pues bien, la alfombra es ahora un montículo de polvo verdeazulado que late y respira. Se llama Tierra, su silencioso llanto llama a la consciencia. Pero ignorantes del final inminente, las personas solo se preocupan de mandar las bolsas de basura molestosas a otro sitio; para poder desenvolver más envoltorios inútiles, desechar más pañales desechables, comer más cajitas infelices,
burdamente esconder….

Micaela Del Alba.

2/7/07

¿Que tendrá la princesa?



El rayo resplandeció en mi ventana, un trueno me sacó corriendo de mis profundos sueños y sus príncipes encantados. En tanto, haditas con tacones danzaban junto a gotas de lluvia sobre el sonoro techo de zinc. Quise refugiarme en el lecho parental, la más inexpugnable fortaleza en noches tormentosas. Pero caí presa dentro del óvalo de mi espejo mágico: pelo largo, camisa de dormir verde sobre las rodillas, ojos nocturnos, enormes y curiosos: ¿A las princesas de doce años, todavía las asustan las tormentas? Envalentonada de desilusión volví a mi cama.
Yo creo que ya no.
Micaela Del Alba

1/7/07

Casi Perfecto



"Cuando ella y yo nos ocultamos


en la secreta casa de la noche


a la hora en que los pescadores furtivos


reparan sus redes tras los matorrales,


aunque todas las estrellas cayeran


yo no tendría ningún deseo que pedirles."
Jorge Tellier "La secreta casa de la noche"


A Leila se le salía el corazón por la boca, no podía saber si Pedro vendría esa noche pero había sentido en el estómago todo el día el anuncio de su visita. Casi le fue imposible comer, a las ocho en punto como todas las noches, en el comedor de aquella casa en la que había vivido toda la vida pero que sin embargo no era suya.
Todo estaba perfecto, desde el peinado sin ni un cabello fuera de lugar de su madre, hasta el exacto gratinado de las papas duquesa que mordisqueó tímidamente para no levantar sospecha alguna. Al terminar subió a su habitación, se puso un delgado pijama que ya le estaba quedando corto, desarmó con furia la trenza María con la que su madre disfrazaba sus ondulados y negros cabellos todas las mañanas y esperó…
Cuando sus pestañas caían irremediablemente como arcos de ébano sobre sus ojos, mientras miraba la luna llena presa en los cristales de su cuarto, sintió el maullido con que Pedro se anunciaba en su ventana y se levantó impaciente. Él estaba sobre el verdor del antejardín, con su guitarra y su sonrisa de niño. No había tiempo que perder, dispuso su almohada bajo las sábanas, apagó las luces y sonrió al espejo de su tocador de reojo, sólo para encontrarse más linda que nunca.
Trepó ágil al roble que estaba fuera de la ventana de su pieza y sintiendo la mirada de Pedro sobre ella, como un hada bailó de rama en rama hasta tocar el suelo. Se fundieron en un silencioso abrazo y escaparon corriendo de la mano calle abajo. No eran mas que un par de niños sintíendose los dueños del mundo, sin tener nada se bastaban a si mismos y estaban convencidos de que el universo entero les cabía dentro de los ojos cuando se miraban.
-¿Cuanto me quieres?- preguntó Leila mirándolo de lado, y jugando a ondular su pelo con los dedos mientras caminaban.
-Yo te Amo –contestó pedro abrazándola por la cintura y girándola en ciento ochenta grados.
-¿Cuánto? –dijo divertida, presa de sus brazos.
-Exactamente lo mismo que tu a mi, ni un poco más, ni un poco menos.
-Pero eso es mucho.
-Y aún así, siento que no es suficiente.- no lo decía para halagarla, realmente lo sentía. Se le hinchaba el corazón con este sentimiento gigante, descubierto hace tan poco y tan profundamente conocido.
Cruzaron el río que salía de la ciudad y se internaron en el bosque. Llegaron a un pequeño establo que habían convertido en su refugio, mientras encendían la lámpara a parafina con la que se iluminaban, Leila pensó que ese lugar era infinitamente más cálido que su living perfecto.
-¿Qué haremos cuando pase el verano y no tengamos estas noches?-Preguntó ella mientras una sombra de duda atravesaba por sus ojos oscuros y profundos.
- Encontraremos otro sitio- Pedro sonreía mientras se disponía a tocar la guitarra. Su pelo desordenado estaba empezando a crecer, era una pena que marzo y sus tijeras estuvieran tan cerca.
-¿Y donde? - en verdad no se le ocurría.
-Yo en tus brazos, y tú en los míos – le dijo dulcemente mientras dejaba salir el primer acorde de su guitarra, que voló multiplicándose en arpegios hasta llenarlo todo.
Ante tamaña respuesta Leila arrojó fuera todo temor se acurrucó sobre su hombro y se dejo llevar por la música. Le encantaba escaparse de su pieza; sentir que la vida era estar ahí, simplemente, disfrutando como nunca antes, sintiendo que ese segundo era eterno. Casi todo lo que compartía con Pedro eran momentos robados, su madre le había prohibido verlo en el minuto en que se lo presentó. Cuando le desenredaba el pelo cada mañana, trataba de convencerla de que ella no tenía idea de nada, y la trenzaba sistemáticamente con discursos sobre como la experiencia regala sensatez. Pedro no combinaba con el comedor perfecto, ni su familia estaba acorde a las fotos que colgaban simétricas sobre la chimenea.
Por su parte Gabriela, la madre de Pedro, era escritora y no tenía problemas con Leila. A veces la niña sentía como si en cierta manera se compadeciera de ella en silencio. El padre de Pedro, era músico y se había ido hace tiempo detrás de nuevas melodías quien sabe donde; por eso tal vez cuando Gabriela escuchaba a Pedro tocar, se le empañaba la mirada con recuerdos felices y lejanos.
La guitarra se detuvo y se tendieron sobre el heno a mirar la luna: redonda, amarilla y gigante, por el agujero en el techo del abandonado granero.
Tomados de la mano vieron caer un par de estrellas fugaces.
Pedro miro a Leila.
-¿Que les pediste? – Preguntó con curiosa complicidad-
Leila suspiró hondo y pensó en que pedir… finalmente respondió.
-Si tú estas aquí, a mi lado, yo no tengo nada más que pedirle a las estrellas. –mientras lo decía lo abrazó con la convicción de que ese abrazo era lo más cercano a un hogar, de todo cuanto había tenido.
Se besaron dulcemente, y permanecieron abrazados hasta que los atrapó la aurora. Entonces iniciaron el camino de vuelta por las calles desiertas, jugando a ser eternos amantes, a crecer juntos, a ser felices en algún lugar lejano un día indeterminado pero inefable. Cuando dieron la vuelta en la esquina de la casa de Leila se les fue el color del rostro. La madre de ella, con su peinado todavía perfecto, la esperaba en la puerta sosteniendo la almohada delatora en la mano. Detrás estaba su padre, disminuido y sin ninguna posibilidad de objetar la sentencia lapidaria contra el amor adolescente de su hija.
Pedro le tomó la mano decidido.
-No voy a soltarte ahora. ¡No voy a soltarte nunca!
Comenzaron a correr calle abajo. La cara de la madre de Leila mutó del enojo al estupor; no podía creer que su hija realmente estaba huyendo, en pijama, con su pelo suelto al viento como una loca, de la mano de ese hippie con guitarra. No quería ni pensar en las obsenidades horribles en las que se debían haber pasado toda la noche. Segura de que todo esto lo hacía exclusivamente para molestarla a ella, entró a buscar las llaves y saco el auto del estacionamiento, con la intención de darle captura a esa díscola criatura que inexplicablemente había nacido de su vientre.
Pedro y Leila volvieron a su pequeño refugio del bosque, nunca lo habían visto de día, triste y desolado. Igual a sus almas silenciosas, conocedoras de su cada segundo más próxima separación. Leila lloró un rato en el hombro de Pedro, desconsolada. Quería detener el tiempo, olerlo, tocarlo, aprendérselo de memoria para recitarlo cuando ella quisiera.
Pedro le acariciaba el pelo, no podía creer que los hubiesen descubierto, Leila era todo lo que tenía, ¿Por que las cosas que más quería tenían que partir? ¿Por qué su padre no estaba ahí? Lo recordaba alto, enorme; capaz hasta de despeinar aunque fuera por una vez a su implacable suegra.
Hablaron durante un rato, con palabras que se lleva el viento, se acariciaron a punto de develar el misterio de sus cuerpos, pero no sería la urgencia de una separación la que los llevara por primera vez al acto de amor y unión por excelencia.
Tenían hambre. Sintieron una voz familiar llamándolos. Era Gabriela. Leila apretó firmemente el brazo de Pedro, él le beso la frente.
-Esta bien, es mi mama, no podemos quedarnos aquí para siempre- Le dijo con ternura.
-Anoche si podíamos – ella recriminó en un murmullo, a punto de llorar.
Pedro trato de contenerse, pero una lágrima rodó por su mejilla mientras la abrazaba.
-Anoche fue y siempre será, eso quiere decir “para siempre”- le dijo a su oído.
Gabriela no pudo evitar llevarse las manos al pecho cuando los vio salir del bosque, llorosos y de la mano. No tenía corazón para enfrentar a Pedro con el fantasma de un nuevo abandono, tanta amargura y apenas tenía dieciséis años. Pero era inevitable, Leila y su madre partían a España, para que la niña terminara el colegio viviendo en casa de sus padrinos. A un océano de distancia dos corazones tan jóvenes no conseguirían latir sincronizados:
-Es mejor que se despidan.-trató de sonar más dulce que nunca-
Los niños abrieron sus ojos enormes. No había un Adiós suficientemente amargo para ser pronunciado en ese segundo. Se abrazaron con la paz que solo puede dar la total resignación. Pedro quiso decirle que la encontraría donde fuera; pero prefirió dejarla con la idea de que siempre estaría con ella en el eterno recuerdo de esa noche. Leila si tuvo una última frase para él.
-Por lo menos ahora tengo algo que pedirle a las estrellas- se esforzó por sonreír y regalarle ese recuerdo.
Gabriela llevó a la niña a su casa en silencio, antes que bajara del auto le dijo:
-No sabes la pena negra que siento por Pedro y por ti; no hay manera en la que pueda consolarte, pero necesito pedirte que me prometas algo.-la miró muy seria-
-¿Qué cosa? – Peguntó la niña-
- Que nunca más vas a dejar que tu mamá te vuelva a trenzar ese maravilloso pelo que tienes.
Leila intuyó que esa promesa era un pacto secreto; y le dió el valor necesario para tener entereza.
-Lo prometo – contestó segura.-
Y se marcho, a un destino lejano y desconocido, con su noche eterna latiendo en la memoria
Micaela Del Alba